El sábado 28 de Julio donde crucé por primera vez las rejas de aquel edificio, descubrí como era el mundo en realidad...
Aquel árbol en su entrada, sus ramas tan inmóviles, la calle dormida. Se oían los bordes, los espacios, los rincones. Se oía el aire sobre las cosas, lo áspero, lo liso. Las hojas, los nudos de la madera, el ruin interior de los ladrillos. Se oían sus miradas, sus manos vacilantes, sus frentes inclinadas. La oscuridad, el tiempo, el silencio, el frío, los huecos. El cielo, la tierra... Todo. Y sobre la infinita tensión del tímpano, no se oía nada.
Ese edificio; oscuro, frio y despintado lleva en su entrada un enorme cartel “Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial Dr. José T Borda” Paradojas...
Sus vidrios rotos dejan a la vista un colorido jardín. Las escaleras inundadas, las rejas en sus ventanas dejan entrar algo de claridad. Ascensores clausurados. Pasillos completamente vacios. Seguridad, seguridad y más seguridad. Sus paredes, mensajes de esperanza.
En el profundo hueco de la eternidad el canto de un pájaro resonando, suspendido en un aire sin márgenes ascendiendo por la ladera del cielo, asomado a las cumbres de la claridad. Después, la vorágine prístina del silencio, una distancia extendida sin límites hasta desaparecer las cosas. Solo distancia...
Descanso, atiendo, escucho, comprendo... La palabra angustia te llena los ojos de lagrimas. La palabra dolor te hace llorar. La palabra muerte se lleva para siempre tus amigos y te espera al final. La palabra absurdo te pesa al abrir el día, te abate al cerrar los años. La palabra desesperación te lleva de su mano. Un intrincado bosque de voces que te reclaman y no te dejan en paz. La alegría es un cascabel de palabras, el amor es una palabra cálida, la esperanza una palabra con distancias.
Palabras, palabras, palabras y este vacío en el corazón que tiembla, que ya no escucha, que calla, que no sabe si tendrá fin esta tormenta, este infinito silencio como un hueco.
Tu mirada se extiende transparente. Deambulo impotente fuera de tu magia. Mientras conversábamos, observaba a lo lejos el sol de la tarde sobre el fin de tus jardines. La poesía y convocaba nuestro encuentro y decíamos de la música y las palabras de un mismo y único misterio. El sol de invierno templaba los muros grises, se filtraba entre las columnas, encendía la calma de los espacios, demoraba su luz entre palabra y palabra se llegaba al corazón y lo pulsaba.
Agustín, con sólo 18 años de edad me dijo "Hoy nací distinto y si Dios me acepto en este mundo, ¿por qué una sociedad no? ¿Soy distinto en qué? Tengo dos brazos para abrazar cuando estoy mal o contento. Tengo una boca para decir lo que siento y también tengo un corazón con muchas esperanzas de tocar el cielo. Yo no pienso siempre en esto, pero sirve para abrir un poco los ojos".
No hay palabras, sólo lágrimas.
Abrir el corazón. Ensayar la libertad. Sostener la vida en alto...
Me llevo miradas, alegría, confianza, abrazos dignos de ser lo que son. Respiro profundamente y con calma vuelvo al camino y me alejo, sabiendo que pronto nos volveremos a encontrar.

He aquí el consuelo para mi locura.
GSM
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